domingo, 18 de abril de 2010

Siempre que un hombre le habla a su mujer
yo le creo; le creo todo lo que le dice a otra que soy yo misma
siento la belleza y la fealdad con nostalgia de aquellos cuerpos reales que caminan con la certeza de su solidez, con la indiferencia común y agradable de sus pies que pisan confiados en que el mundo esta debajo, dándole peso a sus caderas, completando expresamente su forma, cediéndoles gravedad. La rabia de mi sexo muerde con su tristeza puesta en la ternura. Pienso en las caras que se miran y se reconocen, las manos que palpan, el fuego verdadero que es un vientre femenino y me pongo mal de ser un fantasma que husmea la vida para aferrarse a algo que ya le arrebataron.
Cintura furiosa todo lo desbordas
corpóreo el menosprecio de su propio centro
soy la sombra pavorosa que es el cielo
la bandeja donde el mundo esta vertido
la maldad con que la envidia de lo humano invade el cuerpo de la intuición y del silencio
soy el silencio mismo
no importan cuerpos o palabras
cercanía o distancia
nada me penetra porque el todo se sirve sobre la piel de esta piel para que los demás se muevan por encima de mí ser, por encima de mi suelo, soy el escenario fértil,
la realidad es mi hombre y me hace daño me niega me desprecia me olvida.
No tengo ganas de nada excepto que el fuego de mi deseo me destroza.

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